Haití pretende siempre apropiarse de nuestro territorio
El actual diferendo dominico-haitiano por la construcción unilateral por parte de Haití de un canal que derive el agua del río Dajabón o Masacre, bajo el alegato de utilizarla en “labores agrícolas”, es solo un eslabón de la cadena de incidentes y violaciones de esa nación a los tratados y acuerdos suscritos.
El propósito de Haití ha sido arrogarse derechos territoriales que no les corresponden o, en su defecto, justificar invasiones militares como aquella, por solo mencionar una, perpetrada el 9 de febrero de 1822, y que se prologó por 22 años.
Los conflictos de hoy son el resultado de las erráticas decisiones del pasado por parte de la Corona. Son, en primer lugar, propios de la debilidad que tuvo España en mantener el control de sus colonias fuera del marco continental y, en segundo lugar, tienen su origen en la desacertada decisión tomada en la isla de Santo Domingo por sus enviados a gobernarla, pero entre tantos yerros con el sello de la Corona hay uno que dejó huellas indelebles en la espina dorsal de la dominicanidad, antes de nuestro nacimiento: las Devastaciones de Osorio, ordenada por el gobernador Antonio Osorio, que entre 1603 y 1605 hizo desalojar los pueblos en la parte oriental y norte de la frontera.
Resulta que en el oeste y norte de la franja fronteriza, lo que es hoy Montecristi y Puerto Plata, se asentó desde principio del siglo XVl una comunidad criolla con más de un centenar de años de convivencia, donde numerosas familias forjaron su patrimonio con un modo de vida ligado al mar, a los puertos y a los terrenos que habían ocupado.
La orden de Osorio fue desmembrar las comunidades de Bayajá, La Yaguana, Monte Cristo, Ciudad del Cabo, Santa María de la Vera Paz, Villa Nueva del Jáquimo, Salvatierra de la Sabana y Lares de Guajaba, entre otras.
El pretexto del enviado español para ejecutar aquella infausta acción, demorada por la reticencia del Fray Agustín Dávila y Padilla, tuvo su explicación en las incursiones de bucaneros y filibusteros que en sus aventuras de sicario a la usanza, hostigaban las poblaciones, robaban, mataban y quemaban.
Aquellas despoblaciones no se llevaron a cabo en paz. Buena parte de los pueblos asentados en la zona, se alzaron contra la orden pero hay un caso relevante que los historiadores refieren como icónico. Se trata de la rebelión de Guaba, que fue liderada por Hernando de Montoro, cabeza del levantamiento en armas, motivado en la defensa de los intereses comunes creados que les hizo aparecer, en ese momento, como aliados de franceses y holandeses, pero en el fondo subyacía ya un sentimiento de propiedad legítimo.
Vistos los hechos retrospectivamente, comprobamos que las consecuencias para la supervivencia de esas comunidades y de toda la porción oriental de la isla fueron desastrosas.
La formación de la frontera dominico-haitiana no inicia con la Paz de Nimega, pues aquella fue una utopía para los europeos y nosotros mismos, pues es con el Tratado de Riswick (en las Provincias Unidas, hoy Países Bajos), el 20 de septiembre de 1697, que se construyen las bases para que el sentimiento criollo cuente con las herramientas jurídicas futuras que servirían para limitar las fronteras de las dos naciones. Es la presencia ilegal de los franceses en la isla lo que le da razón de ser a Riswick.
Llegar hasta Riswick y Aranjuez no se despacha en párrafos de un ensayo como el que pretendo, pero si cabe destacar el laberinto de situaciones entre franceses y españoles, con notoria importancia aquel tira y floja entre el gobernador Capitán General de la parte española, José Solano y Bote y su homólogo de la francesa Monsieur Devalliere, en 1773, quienes determinaron que la Línea de Demarcación se iniciaría en el Thalweg de la desembocadura del río Dajabón o Masacre en el océano Atlántico y concluiría en el Thalweg de la desembocadura del río Pedernales o de Anses a Pitre en el mar de las Antillas, arreglo convenido el 29 de febrero de 1776 en el poblado español de San Miguel de la Atalaya y que sirvió de fundamento para la firma del Tratado de Aranjuez posteriormente.
Aquel Tratado de Aranjuez, rubricado en el castillo del mismo nombre por el Conde de Floridablanca, de España, y el Marqués de Ossun, en representación de Francia, fue validado el 3 de junio de 1777, pero fue interrumpido 18 años después, 1795, cuando España cede a Francia la parte oeste mediante el Tratado de Basilea.
La entrega oficial de la parte oeste a Francia origina lo que ocurre en la isla desde entonces, porque fue la Corona francesa la que inició el crimen más atroz que se haya cometido en tiempos coloniales desde Europa: el comercio de esclavos para ser sometidos a la más inhumana de las explotaciones conocidas en la faz de la tierra.
Así comenzaron a llegar en barcos negreros los esclavos africanos a la parte oeste de la isla de Santo Domingo, que se convirtió desde el siglo XVll en el territorio más próspero del Nuevo Mundo, capaz de satisfacer el 80 por ciento de materias primas, no solo a Francia, sino a otras potencias europeas. La cantidad de esclavos africanos llegados a lo que es hoy Haití es objeto de debate, sin embargo se calcula que fueron cientos de miles de esclavos y decenas de miles de ciudadanos franceses.
No se debe pasar por alto que desde que Francia y España firman la paz (1793) para poner fina a la guerra en el continente, los franceses ponen sus ojos en la porción occidental de Saint Domingue.
La explotación inmisericorde de aquellos esclavos fue el caldo de cultivo de una rebelión aún inconclusa, más de 200 años después, que llevan en el ADN los descendientes de los africanos. Para no pocos historiadores y estudiosos del fenómeno de la esclavitud, el año 1791 marca el punto de inflexión de lo que derivó luego en el Estado fallido que es Haití.
Tras declararse la independencia definitiva de Haití en 1804 por Jean-Jacques Dessalines, luego de vencer a las tropas francesas en la batalla de Vertierres, el nuevo Estado es obligado por Francia a pagar una indemnización a cambio del reconocimiento de su independencia, firmada en París el 1 de enero de ese año, no obstante al bloqueo del azúcar haitiano decretado por los franceses.
La ordenanza del 17 de abril de 1825 firmada por el Rey de Francia Carlos X reconoce la independencia haitiana a cambio de concesiones onerosas y da cumplimiento al Tratado de París (1814) que establecía la división de la isla en dos, la parte oriental legalmente española y la occidental arrancada por los esclavos, en lo adelante Haití.
Derrotados por los esclavos en el occidente de la isla (1803-1804), los franceses se reconcentraron ilegalmente en la parte española, con el general Louis Ferrand a la cabeza. Después de un año de refriega entre haitianos y franceses, despunta un liderazgo criollo que empuña la causa de la guerra a favor del territorio español: el general Juan Sánchez Ramírez.
Desde ese momento, y hasta 1874, los haitianos pretenden siempre apropiarse de lo que históricamente no les pertenece. Hasta el Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición del 9 de noviembre de 1874, después de ser firmado, fue desconocido por Haití por lo que tuvo que mediar el Papa León Xlll. La historia nos enseña que en todo lo que emprenda, Haití es Haití.
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